22 de noviembre de 2025

Jesucristo, Rey del Universo

 

Evangelio según san Lucas 23, 35-43

En aquel tiempo, las autoridades y hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

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Cristo del Perdón, Luis Salvador Carmona

Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán.

                                                                         Daniel 7, 14 

Hay pasajes en el Evangelio, como el del domingo pasado, en los que el tono del Maestro puede resultar duro, sobre todo cuando habla del final de los tiempos y de lo que sucederá antes de que Él vuelva para juzgar a vivos y muertos. Pero Jesús quiere nuestra salvación y mucho más aún: restaurarnos a nuestra esencia original, la que Adán perdió. 

¿Cómo va a ser juez implacable el que dio Su vida en rescate por todos y le abrió las puertas de su Reino a Dimas, el ladrón crucificado a su derecha?
  Hoy celebramos la Solemnidad que cierra el año litúrgico: Jesucristo, Rey del Universo, Uni-Verso, Uno, Único, el Verbo encarnado, muerto y resucitado para que todos seamos Uno en Él.

Vivir ya en el Reino pasa por morir a uno mismo, negarse a uno mismo, para descubrir al Rey, y a los demás en Él. Solo así somos capaces de amar, cuando podemos decir: "No yo, sino Cristo en mí" (Gálatas 2, 20). Es Él Quien ama en ti y a Quien amas cuando sirves, ayudas, entregas tu vida por los que tienes cerca.

¿Cómo reina Jesucristo en el mundo? Él ha de ser rey de tu corazón, de tus pensamientos de tu cuerpo, de tus bienes, de tu tiempo y de tu voluntad, de todo tu ser. Ha de ser el Señor de tu vida, gobernando sobre ella, llenando de Su gloria y majestad todo, con su cetro, que no es de oro, sino que es Su Corazón traspasado en la cruz, su corazón abierto dando vida. 

No he de hacer, sino dejarme hacer en todo lo que soy, fui, seré, tengo, tuve, tendré. Él va colonizando mi existencia, la llena de Sí ahora que Lo miro y Lo acepto y, desde este hoy eterno, coloniza también mi pasado y mi futuro porque se lo doy todo.

Parece demasiado maravilloso para ser cierto. La mente a veces se resiste a aceptar que somos coherederos del Reino, con solo aceptarlo. Tan hermoso… y, aun así, cierto, lo más real de nuestras vidas. Un Dios que se ha hecho hombre por amor nos hace ciudadanos del Reino de la paz, el amor y la alegría.

Jesucristo, Rey del Universo, y María, la Reina de todo lo creado, la que hizo posible el Gran Milagro, con su Sí eterno. Ella nos quiere a su lado, por eso nos enseña a aceptar y guardar todo en el corazón. 

Celebramos al Rey mirándole, sintiéndole, escuchando Su Palabra, dando vida a Su Voluntad en nosotros, uniéndonos a Él en la Eucaristía que, junto con Su Palabra y Su Voluntad, es  "el Pan nuestro de cada día" que pedimos en el Padrenuestro. Es lo más adorable, mucho más que las imágenes con cetro y corona con que representan al Cristo triunfal de la Parusía, porque aquí, ahora, en este vértice del tiempo que conecta con la eternidad, se ha hecho Pan de Vida para acompañarnos y alimentarnos, ir asimilándonos a Sí, mientras caminamos de regreso a la Casa del Padre.

Jesucristo, Rey del Reino eterno, reina también aquí, en la representación de este mundo que pasa, desde el trono invisible del Sagrario, el absoluto anonadamiento por amor. Inconcebible para la mente, lo sabe el corazón y lo comprenderemos cuando atravesemos definitivamente el velo que nos separa de lo que ni ojo vio ni oído oyó.

San Francisco de Borja, cuando tuvo que reconocer el cadáver descompuesto de la emperatriz Isabel, su bella y amada señora, pronunció las célebres palabras: "nunca más servir a señor que se me pueda morir". Y lo dejó todo, eligió servir al único Señor, el que no muere, el Único. 

Son muchos los que se han atrevido a este cambio total de vida que consiste en no volver a vivir con la voluntad humana separada de la Voluntad Divina. Una de las primeras fue María Magdalena, que supo cómo el Rey puede hacer, de una prostituta, una princesa, si la "mujer vieja y perdida" se ha vaciado de sí y se ha llenado de Amor.

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Magdalena Penitente, Pedro de Mena

En la Magdalena Penitente de Pedro de Mena, vemos a Santa María Magdalena contemplando a Cristo crucificado. Así reina Él sobre el corazón de quienes purifican sus días de ceguera y olvido. Y así quiero vivir, mirando cómo salva, libera y renueva, mirándome en Él. Santa Teresa de Jesús nos exhorta: no os pido más que Le miréis. Mirando a Jesús, descubro quién soy: tan miserable como para que haya tenido que sufrir tanto por mis pecados, y tan valiosa como para que haya pagado el precio de Su Vida por mí. Mirando a Jesús veo lo que he sido separada de Él y Lo que debo ser en Él.

Reconocer que Él es Rey nos hace súbditos de Su Reino. Un Reino que no es de este mundo, pero está en este mundo si dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Cristo en la Cruz, en el altar, en la Eucaristía, en nuestro corazón cuando da vida a la Voluntad Divina y  "ya no soy yo, sino Cristo Quien vive en mí". Porque, si somos tibios, Él es fiel, si somos débiles, Él es fuerte, si somos mezquinos, Él es generoso, si somos falsos, Él es verdadero. 

Así lo expresa también Santa Teresa: “¡Oh Hijo del Padre Eterno, Jesucristo, Señor nuestro, Rey verdadero de todo! ¿Qué dejasteis en el mundo? ¿Qué pudimos heredar de Vos vuestros descendientes? ¿Qué poseísteis, Señor mío, sino trabajos y dolores y deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que pasar el trabajoso trago de la muerte? En fin, Dios mío, que a los que quisiéremos ser vuestros hijos verdaderos y no renunciar la herencia, no nos conviene huir del padecer. Vuestras armas son cinco llagas” (Fundaciones 10, 11).

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Nuestra Señora del Henar, s. XII

Jesús en el trono del regazo de su madre en el Santuario de Nuestra Señora del Henar, en Cuéllar. Ella es Trono del Rey y es también Reina. Majestades que se funden y se entrelazan por amor. 

Ante el Rey, solo cabe una actitud: mirarle con adoración, como Le mira Su madre en el Calvario. En su mirada se funden dolor y amor y nos enseña que adorar fortalece y da sentido al sufrimiento. 

María, Reina y primera súbdita, maestra del sufrir adorando, del asombro dolorido y reverente, me recuerda que el Reino está dentro de mi corazón y me enseña a callar, a poner fin al parloteo y dispersión que suelen aprovechar los usurpadores para instaurar un reinado de sombras. Con ella voy perdiendo tierra y ganando cielo, como decía Sor Ángela de la Cruz. 

María, la Madre y la Reina, va sanando las heridas del corazón, embelleciendo los dones, limpiándolos, perfeccionándolos para que sean del agrado del Rey que, aunque nos ama a pesar de todas nuestras miserias e imperfecciones, nos quiere transformar. Por eso dio Su Sangre y por eso reina en el Universo, para que mirándonos en Él, seamos reales en Su realeza. Si unimos nuestras cruces a la Suya, el sufrimiento es precio de Salvación, y cuando Él vuelva en gloria y majestad secará toda lágrima de nuestros ojos.


                                   103. Diálogos divinos, Hijos del Rey

“Aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra. Vino una vez, pero vendrá de nuevo. Es su primera venida, pronunció estas palabras que leemos en el Evangelio: “Desde ahora veréis que el hijo del hombre viene sobre las nubes.” ¿Qué significa: “Desde ahora”? ¿Acaso no he de venir más tarde el Señor, cuando prorrumpirán en llanto todos los pueblos de la tierra? Primero vino en la persona de sus predicadores, y llenó todo el orbe de la tierra. No pongamos resistencia su primera venida y no temeremos la segunda.
(…) Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad. ¿Qué significan esta justicia y esta fidelidad? En el momento de juzgar reunirá junto así a sus elegidos y apartará de sí a los demás, ya que pondrá a unos a la derecha y a otros a la izquierda. ¿Qué más justo y equitativo que no esperen misericordia del juez aquellos que no quisieron practicar la misericordia antes de la venida del juez? En cambio, los que se esforzaron en practicar la misericordia serán juzgados con misericordia. Dirá, en efecto, a los de su derecha: “Venid, vosotros, benditos de mi padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Les tendrá en cuenta sus obras de misericordia: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber” y lo que sigue.
Y a los de su izquierda ¿qué es lo que les tendrá en cuenta? Que no quisieron practicar la misericordia. ¿Y dónde irán? “Id al fuego eterno.” Esta mala noticia provocará en ellos grandes gemidos. Pero, ¿qué dice otro salmo? “El recuerdo del justo será perpetuo. No temerá las malas noticias. ¿Cuál es la mala noticia? “Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” Los que se alegrarán por la buena noticia no temerán la mala. Esta es la justicia y la fidelidad de que habla el salmo.
¿Acaso, porque tú eres injusto, el juez no será justo? O, ¿porque tú eres mendaz, no será veraz el que es la verdad en persona? Pero, si quieres alcanzar misericordia, sé tú misericordioso antes de que venga: perdona los agravios recibidos, da lo que te sobra. Lo que das ¿de quién es sino de él? Si dieras de lo tuyo, sería generosidad, pero porque das de lo suyo es devolución. ¿Tienes algo que no hayas recibido? Estas son las víctimas agradables a Dios: la misericordia, la humildad, la alabanza, la paz, la caridad. Si se las presentamos, entonces podremos esperar seguros la venida del juez que regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad.”

                                                                                                             San Agustín

15 de noviembre de 2025

Sé de Quién me he fiado

 

Evangelio según san Lucas 21, 5-19

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está por suceder? El contestó: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien “el momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida.” Luego les dijo: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambres. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a la que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

                             Destrucción del Templo de Jerusalén, Nicolás Poussin

He sido constituido heraldo, apóstol y maestro del Evangelio, y ésta es 
la razón de mi penosa situación presente; pero no me siento derrotado,
pues sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que 
 tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio.

2 Timoteo, 1, 12

Hemos llegado casi al final del camino hacia Jerusalén, momento en el que se suceden los mensajes proféticos y apocalípticos, que subrayan el conflicto entre el mundo y el Reino. Confrontación cuyo nudo gordiano está llegando a su clímax: la muerte y resurrección del Hijo de Dios, sublime referente desde entonces para quien sea consciente de ese conflicto dentro de sí mismo, y quiera vencer al mundo junto a Aquel que ya lo venció por nosotros. 

En esa lucha interior, hay infinidad de enemigos. Uno de ellos es la curiosidad malsana, que confunde y entretiene, aleja del camino. A muchos que se creían sinceros buscadores de la Verdad, les perdió ese afán de encontrar interpretaciones cada vez más sofisticadas del Absoluto y del universo. Este tipo de búsqueda es infructuosa desde la raíz, porque olvida que Dios revela sus misterios a los pequeños, los sencillos y humildes.

También quienes están aparentemente centrados en el Camino corren ese riesgo, pues las trampas y los cantos de sirena están siempre al acecho. Los que descuidan su entrega, entreteniéndose en actividades que alimentan esa tendencia a “picotear” y curiosear, en algunos tan acentuada, pueden perderse o quedarse a mitad de camino. 

Es absurdo perder tiempo y energía con mensajes proféticos, sin darse cuenta de que todas las profecías verdaderas están en el Apocalipsis, y de que la Luz que nos puede transformar está en la Palabra del Señor.

Porque aún no hemos aprendido, o no del todo, a leer el Evangelio. Es hora de asomarnos a él de un modo diferente a como leemos otros libros. O acaso de la forma en que deberíamos hacer todo: como si una luz iluminara cada párrafo, cada versículo, cada línea... Porque cada palabra “significa”; son signos, milagros de lucidez, ventanas a la conciencia y la comprensión; escritura santa, enseñanza viviente.

La Parábola de la semilla que cae al borde del camino, entre piedras, entre zarzas o en buena tierra (Mt 13, 1-9; Mc 4, 1-9; Lc 8, 4-8) es muy clarificadora sobre esa actitud de curiosidad malsana que encubre pereza y superficialidad. Los que se entretienen con multitud de mensajes son como la tierra junto al camino. No pueden acoger la enseñanza, por estar distraídos, y va el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. También son como terreno pedregoso: escuchan la palabra y la aceptan en seguida con alegría; pero no tienen raíces, son inconstantes.

Conviene recordar también la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30). Todos llevamos cizaña dentro; los que se obsesionan con las profecías y los mensajes la tienen en la obsesión de prestar atención a muchos falsos profetas, que es síntoma de desconfianza en el Profeta verdadero.

Una tercera alusión a las parábolas que pueden ilustrar esta actitud: el obsesionado por las profecías no vende todo cuanto tiene para comprar la perla de gran valor (Mt 13, 45-46), porque sigue siendo rico de espíritu, no se ha vaciado para que entre la buena nueva, acaso por pereza o incoherencia que combate San Pablo en la segunda lectura de hoy (2 Tes 3, 7-12).

Esos, de los que habla la primera lectura (Malaquías 3, 19-20a), son los que, por ser paja, serán quemados, y no verán el sol de justicia: los tibios, los perezosos los que no ponen a trabajar sus talentos. Recordemos que la justicia del hombre no tiene nada que ver con la de Dios, y lo que el hombre considera trabajo y rendimiento no es el verdadero Trabajo, que da un fruto duradero. La justicia de Dios nos hace justos, no por nuestros méritos, sino por su Obra en las almas. Es la justicia que justifica, porque rehace las vidas de los que confían en Él y se dejan transformar por Su Amor infinito.

En la segunda lectura, San Pablo ensalza el valor del trabajo. En el mundo identificamos el trabajo con ganancia o inversión material, provecho, bienestar, orden, ventaja, seguridad…, conceptos tan “correctos” como limitados… Lo más alejado del mensaje evangélico, porque Jesús vino a traer la espada y a encender fuego en la tierra y en los corazones. Él, que no tenía dónde apoyar la cabeza, nos pide que le imitemos también en esa valentía de apostar a lo grande, y preferir el Reino a cualquier añadidura, por muy “adecuada, provechosa, razonable” que pueda resultar. Porque los provechos que logramos desde el punto de vista humano serán tarde o temprano destruidos, como el Templo de Jerusalén. Nuestro corazón ha de estar siempre en Jesús, Vida nuestra. Crucificados con Él, para que sea Él Quien viva en nosotros, muera en nosotros y nos haga resucitar.  


                                  170 Diálogos Divinos. Abandono en Divina Voluntad

8 de noviembre de 2025

¿Mercados o templos? ¿Muertos o resucitados?

 

Evangelio según san Juan 2, 13-22

Como ya estaba próxima la fiesta judía de la pascua, Jesús fue a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.  

                                    Jesús expulsa a los mercaderes del templo, Carl Bloch

No vi santuario en la ciudad, pues el Señor
todopoderoso y el Cordero, eran su santuario.

                                                                                                                             Apocalipsis, 21, 22

Quedarán en el olvido
las angustias pasadas;
desaparecerán de mi vista
pues voy a crear un cielo nuevo
y una tierra nueva;
lo pasado no se recordará
ni se volverá a pensar en ello,
sino que habrá alegría y gozo perpetuo
por lo que voy a crear.
        Isaías 65, 16-18

            La escena en que Jesús expresa lo que se ha llamado “cólera sagrada” hacia los mercaderes del templo es narrada por los cuatro evangelistas. Mateo, Marcos y Lucas narran el episodio al final, poco antes del apresamiento. Se entiende así en el marco de un conflicto creciente entre Jesús y las autoridades religiosas judías. En cambio, Juan lo narra al inicio de la vida pública del Maestro, con la probable intención de insistir en la fuerza del mensaje de Aquel que vino a hacer nuevas todas las cosas, manifestándolo con este gesto profético.

Como tantas veces con el Evangelio, hay que ir más allá de lo literal, profundizar en esos niveles de lectura que vamos alcanzando a medida que lo leemos, lo interiorizamos, lo encarnamos. La cólera sagrada no se dirige precisamente a los vendedores y cambistas por su función, que realmente era necesaria para la actividad del templo. Los animales que se vendían allí eran los que se destinaban a los sacrifi­cios. Y los cambistas hacían posible cumplir uno de los múltiples preceptos de la religión judía: que el dinero para la ofrenda fuera acuñado por el propio templo. Las monedas griegas o romanas eran allí cambiadas, como una forma de “purificarlas”.

Jesús va siempre más lejos y más alto de lo que puede parecer con una primera y superficial lectura. Ya había hecho suyas las palabras de Oseas: "Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios". Amor, eso es lo que Él quiere, y no sacrificios, ni rigidez, ni intercambio, ni preceptos vacíos, ni hipocresía, ni miedos, ni búsqueda obsesiva de seguridades…

Tras aquella actividad de mercado, sacrificio, óbolo y cumplimiento de reglas, había inseguridad, esa necesidad que aún hoy pervive de sentir que somos buenos, fieles cumplidores, dignos de recompensa, merecedores del premio que un Dios-juez ha preparado para los que no fallan…

Pero ¿quién no falla?, ¿quién es realmente bueno?, ¿qué es ser bueno? Si solo Dios es santo, si solo Dios es bueno, tal vez lo único que podamos hacer sea recordarlo y permitir que Él haga en nosotros. El olvido de sí para el Recuerdo de Sí, el camino descendente, el santo abandono. De nuevo se nos invita a pasar del viejo paradigma del competir, controlar, cumplir preceptos…, de una religión exterior, al nuevo paradigma del compartir, soltar, integrar, amar…

De la palabra, a la Palabra, el Verbo que existía antes de todos los tiempos. Del templo externo, al Templo que es Jesucristo y, en Él, con Él, cada uno de nosotros. Del hacer, al Hacer, del fabricar, al crear, de la piedra, al agua, del agua, al vino, de la vida, a la Vida, entregando el fruto de los talentos que cada uno ha de desarrollar para cumplirse. Porque no se trata de cumplir sino de cumplirse, realizar (real – izar) esa Obra que nos haga decir “todo se ha cumplido”. Y eso solo es posible si, habiendo renunciado a uno mismo, dejamos que Cristo haga en nosotros. Es el secreto de la vida en Cristo, que el Propio Maestro confió a Luisa Piccarreta en la maravillosa enseñanza de la Divina Voluntad. Vivir la vida de Cristo, ya que Él vivió la nuestra; renunciar a nuestra limitada, torpe y ciega voluntad humana para que Su Voluntad nos llene y nos haga nuevos. Intercambio inefable al que se nos llama ahora que la representación de este mundo pasa.

         El Evangelio de hoy nos brinda una nueva oportunidad de comprender a qué se refería Jesucristo cuando decía “buscad primero el Reino de Dios y su justicia y el resto se os dará por añadidura.” Si reflexionamos sobre las metas que nos han preocupado y nos han movido a lo largo de la vida, comprobaremos que muchas de ellas son cortas, tibias, mediocres, referenciadas a lo efímero. Y en cambio, la meta que ya vislumbramos, ese permitir que la Voluntad de Dios sea en cada uno, tiene resonancias eternas, como diría Maximo Decimo Meridio, en Gladiator, "tiene eco en la eternidad".

Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”, dice hoy Jesús, anunciando su propia muerte y su resurrección. Sus discípulos queremos imitar la valentía y coherencia del Maestro, dejando que los muertos entierren a los muertos, y viviendo ya como resucitados. Sin miedo, sin tibieza, sin ambigüedades ni medias tintas, sin trapicheos con el Padre, pues todas estas actitudes son las que Jesús denuncia con la contundencia del azote de cordeles, volcando las mesas de los cambistas.

         Los que siguen desviviéndose con los asuntos del César (no se limitan solo a lo material sino a todo “lo que se quemará”), son los muertos o los dormidos, los de fuera y también los de dentro de cada uno. Despertemos, vivamos ya el Reino, convirtámonos en despertadores para los que aún duermen dentro y fuera (como siempre, mota y viga, viga y mota…).

Todo lo que impide una verdadera conversión del corazón ha de ser volcado y derribado dentro de cada uno de nosotros. Lo que nos impide ser conscientes y reales, lo que nos hace querer ser de los “buenos”, lo que traiciona la esencia del Mensaje de Jesús, libre y claro, “sí, sí, no, no…” Todo fuera, volcado, derribado, para que Él vuelva a hacer nuevas todas las cosas. Quien no recoge con Él, desparrama, quien no se atreve a tomar decisiones valientes y definitivas como Él, desparrama, desperdicia, pierde la vida que nos dieron para Ser y para Amar.


                                              Escena de Hamlet, por Kevin Kline


POBRE YORICK

Quien no recoge conmigo, 
desparrama, 
dijo hace dos mil años
Aquel que volcó las mesas
de los cambistas y expulsó
a los mercaderes del templo,
la casa de su Padre, nuestro Padre.

Desparramar o recoger con Él,
azotando y expulsando si hace falta
a los tibios y los falsos, los oportunistas,
hipócritas que enturbian y confunden
desde dentro, muy dentro, en cada uno…

Recoger con Él o desparramar,
que es darle al César lo suyo y lo de Dios,
perder los días 
que nos dieron para amar 
con el corazón cerrado,
o encogido o asfixiado
por los afanes del mundo
y sus metas mediocres.

Desparramar es querer
que el mundo nos dé una gloria
efímera, tan falsa
como las máscaras
que cubren calaveras, pobre Yorick…

Pobres todos,
él es testigo mudo,
símbolo de tanta
vanidad de vanidades,
pobre Yorick,
desparramó también,
como todos, cada uno a su manera.

Pobre Yorick, fiel espejo
de lo que llevamos dentro,
oculto por la carne condenada
a desaparecer o transformarse.

Pobre Yorick,
pobre de mí,
y pobre de ti también
que te miras al espejo complacido
y te conformas
con la ilusión de sentirte
aprobado, reconocido, valorado,
te con-formas
con la ilusión...,
la forma de la forma,
ese creerte de los buenos, los limpios,
los que van a salvarse
por sus propios méritos,
vanitas, vanitatis,
y sales a la calle
con paso firme y la cabeza alta,
sin saber o querer reconocer
que en ese caminar altivo estás desparramando,
en ese olvido del Ser estás desparramando,
en ese creer que te bastas
a ti mismo estás de
                                    s
                                                    parra
                                                                      ma
                                                         ndo
                                                           .

    Oh almas, Hermana Glenda, cantando el poema de San Juan de la Cruz


            Las intenciones, las palabras y las acciones son buenas o malas según el espíritu del que procedan, y del que quedan impregnadas.
            El publicano arrepentido está más cerca del Reino de Dios que el fariseo que pretende realizar sus obras. La mujer pública que desde un lugar inmundo siente a veces el oprobio en que vive, y cuya conciencia se espanta, está infinitamente más cerca de la verdad que el estoico que se regocija en medio de las llamas a las que ha entregado su cuerpo para servir a su amor propio, este ídolo de virtud que se ha fabricado él mismo.

                                                                                                  Conde Lopoukhine


                                217 Diálogos divinos. Tiempos de flagelos